Todas nuestras conversaciones comienzan con una emoción. Y le sigue una palabra. La única manera de tener un diálogo entendible es utilizando nombres: de personas, de animales, de cosas, de sentimientos. Es más, podemos comunicarnos a señas e, invariablemente, las señas nos refieren a algo que podemos nombrar.
Las palabras, los nombres, son el código a partir del cual podemos comunicarnos y darnos a entender. Es la manera de transmitirle nuestra experiencia a los demás. Sólo nombramos lo que existe. Hasta ahora no hay un nombre para alguna emoción que vivan exclusivamente las ballenas, o un color que sólo puedan ver los gatos. Sólo conocemos palabras que tienen algún significado para nosotros, los humanos.
Piensa en la palabra silla. Imaginemos por un momento que la palabra “silla” fuera utilizada para referirnos al salero, los platos, la cuchara y que así se llamara tu mejor amiga.
“Silla, ya está la comida, trae la silla, dos sillas y una silla grande para servir. Apúrate que tengo hambre”
No se entiende mucho. Y no sé a ti, pero al menos a mí, de escribirlo y leerlo varias veces, la palabra silla va perdiendo sentido. ¿A qué voy con todo ésto? A que los nombres importan. Las cosas, general y afortunadamente, tienen nombres distintos, y aún así los problemas de comunicación abundan.
Es una cuestión de perspectiva —lo que te imaginas de una persona que está triste, seguramente es distinto a lo que otra se imagina— y también cuestión de significados —el maíz que comemos en el cine 🍿 se llama distinto en diversas partes de Latinoamérica—.
Una misma palabra —tristeza— puede tener muchos significados y un mismo significado —🍿— puede ser nombrado a través de muchas palabras.
¿Qué significa tu nombre?
En el continente africano, los nombres de las personas suelen tener una historia, y un significado muy particular. Giran entorno a alguna circunstancia que hace referencia al nacimiento, una cualidad que papá y mamá ven en su bebé o, simplemente, el nombre de moda. La moda, en algunas partes de África, es utilizar palabras en inglés como nombres propios.
Lovemore, Innocence, Tedious, Patience, Knowledge, Fortune, Brilliant, God Knows, Wisdom, Iron, Trouble, Computer, No Money o Salad son nombres cada vez más comunes en la lista de registro de las escuelas africanas. Es como si alguno de tus amigos se llamara Problema, otro Conocimiento, alguna Fortuna y una más Brillante.
Imagina por un momento que tu nombre propio fuera aquel que resonara más con alguna de tus virtudes.
— Hola, soy Nobleza, mucho gusto—
— Qué tal, yo soy Compromiso—
O al revés, que tu nombre estuviera íntimamente relacionado con alguna de tus defensas.
— Me presento, me llamo Impaciencia—
—Hola Impaciencia, yo soy Desidia, gracias por recibirme—
Nada más leerlo me pesa. Seguramente a Nobleza le costaría mucho trabajo rebelarse, a Compromiso echar la flojera, a Impaciencia ir con calma y a Desidia tomar acción. No hace falta llegar al extremo de llamarnos así para vivir fijando a la gente; a quien cambia lo vemos con reserva. Quien suele ser amable y se enoja lo tiramos de a loco, y quien generalmente está serio y ahora ríe constantemente suponemos que algo “raro” le está pasando. Cada día se habla más de libertad; sin embargo, existe una regla no dicha imponiéndose a cada instante: no tenemos derecho a cambiar.
Albert Camus alguna vez describió el infierno como el lugar donde nadie tiene la oportunidad de explicar quién es. Cada persona es fijada, clasificada de una manera en particular para siempre: la que llega tarde, el que siempre se enoja, la que para todo llora, el que cuenta chistes, la que de todo se ríe, la puntual, el responsable, el flojo, la inteligente, el intenso o la callada. Vamos etiquetando a la gente a diestra y siniestra. Para eso no hace falta ir al registro civil.
La única manera de hacerlo diferente es actuando con curiosidad. Aceptando que todas las personas tenemos derecho a estar tristes, eufóricas, enamoradas, esperanzadas, fúricas, calladas, comprometidas, impacientes, motivadas, expectantes. Todas las personas tenemos derecho a ejercer nuestra humanidad, y ser humano es nada más y nada menos que transformarnos a cada paso.
Dejar de encasillar a los demás y dejar de encasillarte abre la puerta de mil y un posibilidades que, poniéndole palabras, se transforman en nuevas experiencias en forma de personas, sentimientos, situaciones. Dejar a un lado las etiquetas nos pone de frente con la libertad, y sólo siendo libres es como realmente podemos conectar con los demás.
"Al final del camino me dirán ¿has vivido? ¿has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres
Pedro Casaldáliga
El podcast de BR
Sigue explorando tu libertad para decidir…
Nos leemos el jueves con recomendaciones y situaciones que seguro estoy continuarán contribuyendo a descubrir cómo estás siendo.
Ya estamos por comenzar la primavera, así que te recomiendo vayas buscando un buen ventilador para disfrutar como Shaun, el cordero.