Toda la vida estamos esperando. Ensayamos la espera en cada oportunidad que se presenta. La espera en la sala del dentista, la espera previo a cualquier cita, la espera para la llegada de las vacaciones, la espera de una respuesta, la espera en la fila del banco. Cada actividad que hacemos trae consigo espera incluida, como un pequeño gran recordatorio de la única y verdadera espera de la vida: la de la muerte.
Estemos o no conscientes de ello, todas las personas vamos a morir —es de las pocas certezas que tenemos en la vida—, al ser una espera agónica, densa y angustiante, llenamos nuestras vidas de infinidad de actividades para hacer de esa espera (inevitable para todos) algo más llevadero.
La espera es necesaria. En pequeña o gran medida es recordatorio de nuestra finitud.
A esta vida venimos a esperar
Es tal nuestra grandilocuencia que creemos que la muerte es quien nos espera. Ahí viven frases como "el año que entra sí cumplo mi sueño", "en cuanto haga ese viaje ya me puedo morir", "si me voy sin cumplirle a mis hijos seguiré angustiado en la otra vida", “voy a dejar mi trabajo, pero eso lo tengo planeado dentro de cinco años”.
Desde luego que es válido (y necesario) planear, sin olvidar que desde nuestro nacimiento somos nosotros quienes esperamos a la muerte. No al revés. En el fondo lo sabemos: una vez al año, al menos, celebramos haber sobrevivido otro año. Eso que llamamos cumpleaños, y que llenamos de alegría, pastel, regalos y buenos deseos es sólo una táctica más para maquillar la verdad: llegará el año en que ya no celebraremos más.
Hablar de la muerte suele ser evitado y quien se atreve a mencionarla generalmente es mal visto; sin embargo, es necesario. La muerte es parte de la vida, y sólo estando en contacto con todas las aristas de nuestra existencia es posible valorar nuestro día a día. No se trata de estar todo el tiempo pensando en ello —si abrimos la llave de la espera por nuestra muerte de par en par, nos inundamos de angustia—simplemente de darle su espacio. ¿Cómo? Estando conscientes de que a esta vida, entre muchas otras cosas, venimos a esperar.
Y tú ¿cómo esperas?
Andrea Köhler lo deja muy claro en su ensayo "El Tiempo Regalado". En dicho texto asegura que toda nuestra vida gira entorno a la espera y la subjetividad del tiempo se vive con mayor intensidad cuando estamos esperando algo (un pedido de Amazon, un diagnóstico médico, la llegada de un viaje anhelado o contar los días para volver a ver a un ser significativo).
Cada espera, por más angustiante que ésta sea, trae consigo una llave dorada, que si la usamos podremos abrir el portal de las pausas, fundamental para vivir con ecuanimidad. Köhler afirma con sabiduría y contundencia: "En la medida en que tratamos de imponer al tiempo nuestra propia dramaturgia, incluso puede que nos alegremos de haber conseguido cambiar la maldición de la espera por la bendición de hacer una pausa".
Es sólo en la pausa, en ese vacío fértil causado por el “no saber” entre un evento y otro, donde reside la posibilidad de revisar qué estamos haciendo con nuestra vida: cómo pensamos, cómo nos manifestamos, cómo vivimos…cómo esperamos. Ir deprisa es vivir a medias, y desafortunadamente cada día es más común. Querer todo rápido es una manifestación clara de la humanidad para evitar el horror de la espera, pues nos lleva a conectar con la angustia de estar esperando la muerte desde el primer suspiro, hasta el último.
Nacimos para esperar. Nacimos para morir. Sólo contactando con la muerte, haciendo consciente dicha espera, es cómo paradójicamente conectamos con la vida.
"La sabiduría humana se encierra por entero en estas dos palabras:
¡Confiar y esperar!”Alexandre Dumas
El podcast de BR
Para hacer de la espera un regalo es preciso hacerte cargo…
La próxima vez que estés esperando algo, en lugar de tomar el celular o voltear a ver el reloj, encuentra tres aspectos por los cuales agradeces. Nos leemos el jueves.